Erri De Luca
Valoro todas las heridas
Valoro cada
forma de vida, la nieve, la fresa, la mosca.
Valoro el reino mineral, el conjunto de las estrellas.
Valoro el vino junto a la pasta, una sonrisa involuntaria,
el cansancio que no niegan dos viejos que se gustan.
Valoro lo que mañana no valdrá nada
y lo que hoy ya vale poco.
Valoro todas las heridas.
Valoro ahorrar agua,
reparar zapatos, callar a tiempo,
socorrer a gritos, pedir permiso antes de sentarse,
probar gratitud sin recordar bien el porqué.
Valoro poder saber dónde está el norte en una habitación
y el nombre del viento que seca la ropa.
Valoro el viaje del vagabundo, la clausura del monje,
la paciencia del condenado sea cual sea su culpa.
Valoro emplear el verbo amar y la hipótesis
que un creador existe.
Muchos de estos valores no los he conocido.
Consejo
Haz como el lanzador de cuchillos,
que tira alrededor del cuerpo.
Escribe sobre el amor sin nombrarlo,
la precisión está en evitarlo.
Distráete del vocabulario solemne, ya hinchado,
apunta al borde, rodea,
el lanzador de cuchillos acierta desde lejos,
el error es alcanzar el blanco, la virtud es fallarlo.
Leyendas
Las tres carabelas eran dos,
la Santa María era una «carraca».
Sancho Panza no era obeso,
sufría de apetito desmesurado, antiguo,
pero era un retaco, no el doble.
José era un muchacho cuando se casó con María,
ningún evangelio dice que fuera un anciano.
Y Sansón no es el atleta ingenuo
que habla de más con Dalila y se deja afeitar:
aquellos dos se amaron más que Romeo y Julieta.
El tiempo no es ceniza de lava
que recubre a Pompeya y la resguarda.
El tiempo es un saboteador.
Es por eso por lo que restauro leyendas.
Ríos de sangre
Iban los viejos a las fuentes
y las mujeres con cubos a lo largo del río
mientras el aire silbaba proyectiles y esquirlas,
banda musical de los asedios, junto a las sirenas.
Danubio, Sava, Drina, Neretva, Miljacka, Bosna
son los últimos ríos añadidos a las guerras del siglo,
los ejércitos mordían sus orillas, derribaban sus puentes,
luces de ciudad, Chaplin, las luces de aquellas ciudades
estaban todas apagadas.
Alrededor, Europa prosperaba ilesa.
Otras madres arrodilladas acudían a las orillas,
después que el Volga detuviera,
en Stalingrado, al sexto
ejército de Von Paulus
y lo hiciera retroceder y lo persiguiera
hasta el último puente
sobre el Esprea,
ahogando Berlín.
Las aguas de Europa todavía reflejan incendios.
El deshielo del Vístula iluminado por el hambre del gueto:
no fue bastante para el siglo veinte.
El agua en Europa vuelve a costar su equivalente en sangre.
Plegaria de un soldado en la noche
Quien haya
construido una casa y no la haya habitado,
quien haya plantado una viña y no haya cosechado,
quien tenga una prometida y no la haya tomado,
que vaya con la esposa y las uvas
y disfrute de cada una por un año
antes de unirse a otros en la guerra.
Que quien tenga miedo, o sea blando de corazón
Se quede en casa y no liquide el coraje
de sus hermanos en la guerra.
He leído estas reglas en libros sagrados
y he querido pertenecer a un pueblo antiguo
de buen corazón con la juventud.
Porque he dejado la cosecha en flor,
la casa sin techo
y a la muchacha en el tren.
Bajo la noche soy un centinela
sobre la cumbre, en una garita
de una guerra insomne.
La metralla arrasa el hielo a la luz de la luna
espero que un temblor me sacuda el frío.
Tengo miedo del cielo, que no haya día
tengo miedo del suelo, que me trague vivo
tengo miedo del aliento que asciende en la oscuridad
y que me convierta en una diana,
tengo miedo, señor: ¿por qué a mí?
¿Por qué no tengo derecho a vivir
y debo en cambio rezar de rodillas?
No me basta el mañana, yo quiero toda la vida
acostumbrarme a los años, ir a la noche de los hijos
e incluso a sus tumbas en esta noche de blasfemia.
Quiero tener sueño junto a la muchacha
cuando tenga los cabellos blancos.
¿Por qué debo rezar de rodillas
para vivir, explotar hasta la escoria
la vida que me llena?
¿Quién de nosotros tendrá derecho a esto?
No será el más justo, ni el mejor,
podría ser yo, señor, apaga
tus estrellas con las nubes
para dejarme invisible a la mira
y a las imprevisibles esquirlas,
pero, si no puedes
protegerme o no quieres,
no dejes mi cuerpo sobre las piedras
y no des mis ojos a los cuervos.
No me pidas cuentas de la cólera
contra ti, no sé rezar mientras lloro.
Cuando hiela no salen las lágrimas,
lloraré en primavera.
Gitanos, un verano
Desde los
tugurios del campo de concentración
veíamos a los judíos deportados hacerse columnas
de humo que subían directo al cielo,
eran ligeras, iban a enardecer los ojos y la nariz de su Dios.
Nosotros no fuimos tan livianos.
Las cenizas de los cuerpos de los gitanos
no lograban alzarse al cielo de Alta Silesia.
En pleno verano nos convertimos en niebla coralina.
Nos mantenía en tierra la música que repiqueteaba
(hasta el aburrimiento)
alrededor de las llamas de los fuegos de Auschwitz.
Barricada de acordeones y danzas,
la música inventada cada tarde del mundo
no nos dejaba ir.
Nosotros, que sonábamos sin ningún arreglo,
fuimos encerrados tras las líneas
de un pentagrama de alambre espinoso.
Nosotros, gitanos de Europa, de pesada ceniza
sin destino en la otra vida,
por ningún Dios llamados para dar testimonio,
extraños por instinto al sacrificio
ardemos sin el olor de santidad,
sin los residuos orgánicos de una piedad postrera,
ardimos enteros, guitarras con cuerdas de tripas.
Con la ayuda de Hölderlin
El mes de
mayo del noventa y nueve
los belgradenses se hacían los astrónomos
y escrutaban el cielo.
El suelo explotaba, temblaban las piedras
más aún que los viejos, los perros o los niños.
Las bombas de grafito habían cortado la electricidad,
en la oscuridad la fraternidad aumentaba.
«Donde existe el peligro, crece
también aquello que puede salvarnos.»
(WoaberGefahrist, wächst / das Rettendeauch.)
El poeta no estaba en Belgrado aquel mes de mayo,
estaba muerto desde hacía siglo y medio,
pero sus páginas sí se encontraban en mis bolsillos
como arma antiaérea, como salvoconducto.
En la guerra las palabras de los poetas protegen la vida
junto a las plegarias de una madre.
En una guerra los huérfanos y quienes no tienen un libro
están al descubierto.
Erri De Luca [Nápoles, 1950] empieza a publicar su poesía en 2002, cuando ya era conocido como novelista. Hizo estudios de primaria en un clásico colegio de su ciudad y al cumplir los dieciocho se marchó a Roma e ingresó al partido político Lotta Continua, que abandonaría a mediados de los años setenta. Ha ejercido numerosos y variados oficios como camionero, dependiente de ventas, albañil, cooperante internacional, tanto en Italia como en varios países africanos y durante la guerra secesionista de la antigua Yugoslavia. Habla ruso, suajili, yiddish y ha traducido extensos pasajes de la Biblia del hebreo. Lo primero que publicó fue una novela, que reconstruye su infancia napolitana: Non ora, non qui. Traducido a numerosos idiomas, ha recibido premios como el France Culture, Laure Bataillon, Femina, Petrarca, Leteo o el Jean Monnet. Su primer libro de poemas es Opera sull'acqua e altrepoesie [2002]. Desde entonces sus versos dialogan sobre el sufrimiento de los oprimidos y los perseguidos, confiando en la capacidad del lenguaje de la poesía para hacer del dolor un canto lírico y en un paliativo que concede belleza. Versiones de Fernando Valverde.
Copyright© Arquitrave - Circula cuatro veces
al año. Con el soporte de Alberto da Costa e Silva, Antonio Caballero Holguín,
Antonio José Ponte, Daniel Balderston, Diómedes Cordero, Elkin Restrepo,
Guillermo Angulo, Juan Carlos Pastrana Arango, José Manuel Caballero Bonald,
José Prats Sariol, Julia Saltzmann, Luis Miguel Madrid, Mouslin Al-Ramli, Pablo
Felipe Arango, Rafael Arráiz Lucca, Raúl Rivero Castañeda y Rowena Hill.
Diseño y edición Harold Alvarado Tenorio y Mauricio Muñoz