Erich Kästner

Erich Kästner [Dresden, 1899 – 1974] creció en la calle Königsbrücker de su ciudad natal. Su padre era talabartero y su madre había sido una criada que luego se hizo peluquera, pero se cree que su verdadero padre era un médico judío, asuntos que Kästner no menciona en su autobiografía Cuando fui niño [Als ich ein kleiner Junge war] de 1957. A los catorce años ingresó a una escuela de maestros, pero dos años después se retiró sin presentar los exámenes finales. En 1917 fue reclutado en el ejército y enviado a una compañía de artillería pesada. La crueldad del entrenamiento y las matanzas que presenció determinaron su posterior antimilitarismo. El brutal entrenamiento a que fue sometido, por un sargento que aparece en uno de sus poemas, le produjo un daño irreparable a su corazón. Antes de terminar la primera guerra mundial regresó a su escuela, pasó el examen y recibió una beca. En el otoño de l919 entró a la Universidad de Leipzig para estudiar historia, filosofía, germanística y teatro, yendo a Rostock y Berlín y en 1925 recibirse de doctor con una tesis sobre Federico el grande y la literatura alemana. Pagó sus estudios trabajando para la Neue Liepziger Zeitung, pero las continuas críticas al estado de cosas y la publicación de uno de sus poemas eróticos, titulado Abendlied des Kammervirtuosen [Canción nocturna en la cámara de un virtuoso] hicieron que le destituyeran. Los años que pasó en Berlín hasta el fin de la República de Weimar en 1933 fueron los más productivos de su vida. Publicó poemas, columnas de periódico, artículos y reseñas en muchos de los diarios de la capital alemana como el Berlíner Tageblatt, la Vossische Zeitung y Die Weltbühne. Su primer libro de poemas apareció en 1928, al que siguieron otros tres, calificados como [Gebrauchslyrik ], poemas para uso cotidiano, que le convirtieron en el líder el movimiento [Neue Sachlichkeit] Nueva objetividad, haciendo uso de un estilo sobrio, distante y objetivo para ridiculizar la sociedad contemporánea. La precisión de la perspectiva de Kästner sobre la Alemania prebélica queda demostrada en su poema mordaz ¿Kennst du das Land, wo die Kanonen blühen? [¿Conoces el país donde florecen los cañones?, 1928], donde predice el ascenso del nazismo. Walter Benjamin criticó los poemas de Kästner acuñando la expresión “melancolía de izquierdas”. Según Benjamin, el nostálgico de izquierdas “se preocupa tanto de los restos de los antiguos bienes espirituales como el burgués de sus bienes materiales”.

Kästner se opuso al nazismo y fue uno de los firmantes del Urgente llamado a la unidad [Dringender Appell für die Einheit], un manifiesto de la Internationales Sozialistischer Kampfbund para derrotar a los nazis, firmado por tres docenas de conocidos científicos, escritores y artistas, antes de las elecciones de julio de 1932. Pero, contrario a muchos escritores críticos con la tiranía, no tomó el camino del exilio. Después de la llegada de Hitler al poder, visitó Merano, al sur del Tirol, y Suiza, donde se entrevistó con escritores exiliados, pero regresó a Berlín con la creencia que desde allí podría testimoniar mejor los acontecimientos. Se cree también que lo hizo para no dejar sola a su madre. En un texto titulado Respuesta necesaria a preguntas superfluas [Notwendige Antwort auf überflüssige Fragen]] dice:

 Soy un alemán de Dresden en Sajonia,
     mi hogar no me dejar marcharme,
     soy como un árbol que crece en Alemania,
     y como él, también puede marchitarse.

La Gestapo interrogó a Kästner en varias oportunidades, el gremio de los escritores lo expulsó de sus filas y los nazis destruyeron sus libros por “ser contrarios al espíritu alemán” durante la quema de libros instigada por Joseph Goebbels. Kästner estuvo presente en el evento y escribió sobre él. El 10 de mayo, en la plaza de la ópera de Berlín, ardieron sus colecciones de poemas Herz auf Taille [Corazón en cintura, 1928], Ein Mann gibt Auskunft [1930], Gesang zwischen den Stühlen [Cantado entre las sillas, 1932] y su novela satírica Fabian [1931]. En esos libros, con certero humor, Kästner se enfrenta a la moral burguesa, el militarismo y el fascismo. Otros autores de “escritos anti-alemanes”  cuyos libros ardieron en Berlín y otras ciudades fueron Karl Marx, Heinrich Heine, Sigmund Freud, Thomas Mann, Heinrich Mann, Erich Maria Remarque, Bertolt Brecht, Kurt Tucholsky, Carl von Ossietzky y Alfred Kerr. Esta “Lista Negra” contenía más de 3.000 títulos.

Se le impidió entonces pertenecer a la asociación de escritores creada por los nazis, la Reichsverband deutscher Schriftsteller, acusado de haber sido, antes de 1933, simpatizante cultural de los bolcheviques. Durante el Tercer Reich, Kästner publicó varias novelas apolíticas e incluso se le permitió escribir guiones para filmes de la Ufa, cuando celebraron su primer cuarto de siglo, bajo los auspicios de Goebbels.

En 1944 la casa de Kästner fue destruida durante uno de los bombardeos aliados. A comienzos de 1945, él y otros de sus amigos viajaron a Mayrhofen en el Tirol aparentando buscar lugares para hacer un falso filme, pero el verdadero propósito del vieje fue evadir su presencia durante la inmediata toma de Berlín por el ejército soviético. Allí estaba cuando terminó la guerra, cuyas notas aparecen el diario que llevó entonces titulado Notabene 45, donde describe el choque emocional que vivió al regresar a Dresden y encontrar el edificio convertido en ruinas donde no podía ni reconocer la calle donde había pasado su niñez y juventud.

Al finalizar la guerra se mudó a Múnich donde trabajó para Neue Zeitung y la revista Pinguin, y siguió escribiendo para Cabaret Literarios como Schaubude y Die Kleine Freiheit, donde colaboraba con Kurt Tucholsky. Muchos de sus poemas se convirtieron en letras de piezas musicales famosas como Das Abschiedsbrief [La carta de despedida] compuesta por Kurt Weill. Publicó entonces muchos poemas, hizo conferencias y ensayos sobre el nazismo, la segunda guerra mundial y las crudas realidades cotidianas de la posguerra en la Alemania destrozada. También colaboró con el músico Edmund Nick de Radio Silesia, quien musicalizó unos 60 de sus textos. Sin embargo todo su optimismo se vino abajo a medida que la vida cambiaba drásticamente en Alemania Occidental luego de las reformas económicas de los años 50, con el milagro alemán y la remilitarización del país al hacerse parte de la OTAN en su confrontación con el Pacto de Varsovia, ante cuyos hechos mantuvo su profesión de pacifista, participando incluso, en manifestaciones contra la proliferación de las armas nucleares y la guerra del Vietnam.

Poco a poco fue dejando de publicar debido a su creciente alcoholismo, pero fue recibiendo reconocimientos como los premios de Literatura de Múnich, el Georg Büchner, el Bundesverdienstkreuz del gobierno alemán, el Hans Christian Andersen y la Orden de la Masonería. Como era muy popular a finales de los años sesenta, Kästner grabó su voz para discos de la Deutsche Grammophon, recitaba en público y participaba en numerosos programas de radio y de cine. Murió de un cáncer de esófago en el hospital Neuperlach de Múnich y está enterrado en el cementerio de St. George en el barrio Bogenhausen.

 

 Romance objetivo
 
 Después de ocho años que se conocían
 (y se puede decir: se conocían por entero)
 de repente su amor perdido sentían.
 Como otros un bastón o un sombrero.
 
 Estaban tristes, y alegres se engañaron,
 intentaron besos tan tranquilamente.
 Y no sabían qué hacer y se miraron.
 Ella lloró por fin y él estaba presente.
 
 Desde la ventana los barcos saludaban.
 Él dijo que eran ya las cuatro y cuarto,
 hora de tomar cerca el café que tomaban.
 Se oía estudiar piano en un vecino cuarto.
 
 Se fueron al café más pequeño que había
 y empezaron en sus tazas a removerlo.
 Estaban por la tarde allí todavía
 sentados, solos, ni una palabra les salía.
 Y no podían comprenderlo.  


 La otra posibilidad
 
 Si hubiéramos ganado la guerra,
 con rumor de olas y rugido de tormenta,
 Alemania ya no se podría salvar,
 y se parecería a un manicomio.
 Se nos domesticaría con notas musicales
 como a una tribu salvaje.
 Al llegar los sargentos, saltaríamos
 de la acera y nos cuadraríamos.
 Si hubiéramos ganado la guerra
 seríamos un estado orgulloso.
 Y hasta en la cama apretaríamos
 las manos contra la costura del pantalón.
 Las mujeres deberían parir niños
 Un niño al año. O a la cárcel.
 El estado necesita niños como conservas.
 Y la sangre les sabe a zumo de frambuesa.
 Si hubiéramos ganado la guerra,
 el cielo sería nacional.
 Los curas llevarían charreteras
 y Dios sería general alemán.
 La frontera sería una trinchera.
 La luna sería el botón de un soldado raso.
 Tendríamos un emperador
 y un casco en vez de cabeza.
 Si hubiéramos ganado la guerra,
 todos seríamos soldados.
 Un pueblo de cretinos y afustes.
 ¡Y por todas partes alambradas!
 Se nacería siguiendo órdenes.
 Porque los hombres son bastante baratos.
 Y porque sólo con cañones
 no se ganan las guerras.
 La razón estaría encadenada.
 Y la llevarían a todas horas ante los jueces.
 Y habría guerras como operetas.
 Si hubiéramos ganado la guerra -
 ¡afortunadamente no la hemos ganado!
 
 
 ¿Conoces el país donde florecen los cañones?
 
 ¿Conoces el país donde florecen los cañones?
 ¿No lo conoces? ¡Lo conocerás!
 Allí están los apoderados orgullosos y audaces
 En las oficinas, como si fueran cuarteles.
 Allí crecen botones de soldados debajo de la corbata.
 Y se llevan cascos invisibles.
 Allí se tiene cara pero no cabeza.
 Y el que va a la cama, ¡se reproduce inmediatamente!
 Allí cuando un jefe quiere algo
 - y es su profesión querer algo -
 la razón primero se cuadra y segundo se pone firmes.
 ¡Vista a la derecha! ¡Y la cabeza agachada!
 Los niños nacen allí con pequeñas espuelas.
 Y la raya hecha.
 Allí no se nace civil.
 Allí se asciende al que se calla.
 ¿Conoces ese pais? Podría ser feliz.
 ¡Podría ser feliz y hacer feliz!
 Allí hay campos, acero y piedra
 y empeño y fuerza y otras cosas bonitas.
 ¡Incluso espíritu y bondad hay allí a veces!
 Y verdadero heroísmo. Pero no en muchos.
 En cada segundo hombre hay un niño
 que quiere jugar con soldados de plomo.
 Allí la libertad no madura. Allí se queda verde.
 Cualquier cosa que se quiera construir, acaba saliendo un cuartel.
 ¿Conoces el país donde florecen los cañones?
 ¿No lo conoces? ¡Lo conocerás!
 
 
 Fantasía de pasado mañana
 
 Y cuando empezó la siguiente guerra,
 las mujeres dijeron: ¡No!
 y encerraron a su hermano, hijo y marido
 en casa bajo llave.
 Luego se fueron, en cada país,
 probablemente ante la casa del capitán
 y tenían palos en las manos
 y sacaron a los tipos.
 A cada uno le pegaron una azotaina
 de los mandaron hacer esta guerra:
 a los señores del banco y de la industria,
 al ministro y al general.
 Algunos palos se rompieron.
 Y algunos fanfarrones se callaron.
 En todos los países se puso el grito en el cielo,
 y en ninguno hubo guerra.
 Las mujeres volvieron entonces a casa otra vez,
 con el hermano, el hijo, el marido,
 ¡y les dijeron que la guerra había acabado!
 Los hombres miraron por la ventana
 y no miraron a las mujeres...
 
 
 El último capítulo
 
 El 12 de julio del año 2003
 el siguiente mensaje de radio recorrió el globo:
 que un escuadrón de bombarderos de la policía aérea
 iba a exterminar a la humanidad.
 El gobierno mundial, así se explicó, descubrió
 que el plan para establecer definitivamente la paz
 no se podría realizar de otra manera
 que envenenando a todos los implicados.
 Huir, se declaró, no tendría sentido.
 Ni un alma podría quedar viva.
 El nuevo gas tóxico entraría en cada escondite.
 Ni siquiera sería necesario quitarse la ropa.
 El 13 de julio salieron de Boston mil
 aviones cargados con gas y bacterias
 y llevaron a cabo, corriendo por todo el globo,
 el asesinato ordenado por el gobierno mundial.
 Las personas se arrastraron gimiendo debajo de las camas.
 Se precipitaron hacia el sótano y el bosque.
 El veneno flotaba amarillo como las nubes por encima de las ciudades.
 Millones de cadáveres se encontraban encima del asfalto.
 Cada uno pensaba que podría escapar de la muerte.
 Ninguno escapó de la muerte, y el mundo se vació.
 El veneno estaba por todas partes. Avanzó a hurtadillas.
 Corrió por los desiertos. Y atravesó el mar.
 Las personas quedaron tumbadas como gavillas pudriéndose.
 Otros colgaban de las ventanas como muñecas,
 los animales en el zoológico gritaron horriblemente antes de morir.
 Y poco a poco se apagaron los altos hornos.
 Barcos de vapor se balanceaban en el mar, cargados de muertos.
 Y ni lágrimas ni risas quedaron en el mundo.
 Los aviones fallaron, con miles de pilotos muertos,
 debajo del cielo y se estrellaron en llamas en los campos.
 Ahora la humanidad por fin ha alcanzado lo que quería.
 El método no era muy humano.
 pero la tierra por fin estaba en silencio y satisfecha y recorría,
 totalmente tranquila, su conocido camino elíptico.
 
 
 Verdún, muchos años más tarde
 
 En los campos de batalla de Verdún
 los muertos no encuentran la paz.
 Cada día salen de la tierra
 cascos y cráneos, muslos y zapatos.
 Sobre los campos de batalla de Verdún
 andan cristianos armados con palas,
 barren costillas y cabezas
 y meten a los héroes en cajas.
 Arriba en el monumento de Douaumont
 yacen doce mil muertos en la montaña.
 Y en las cajas esperan en vano
 ocho mil hombres ataúdes de su tamaño.
 Y de los campesinos se apodera el horror.
 Contra los muertos nada puede hacerse.
 En los campos limpiados ayer
 habrá mañana diez nuevos cadáveres.
 Esta región no es un jardín,
 y menos el Jardín del Edén.
 En los campos de batalla de Verdún
 los muertos se levantan y hablan.
 Entre espigas y flores amarillas,
 entre arbustos y helechos
 sacan las manos de la tierra,
 para advertir a los vivos.
 En los campos de batalla de Verdún
 crecen los cadáveres como herencia.
 Cada día dice un coro de muertos:
 «¡Mejorad vuestra memoria!»
 
 [J.L.R.P]