Juan Guillermo Álvarez

En Tennessee

En Tennessee,
hace un frío de lobos.
Las montañas se precipitan,
llueve mucho,
y estoy cansado.

He llegado a desear
un buen sorbo de agua,
unos minutos de sol,
la paz de mi caballo,
que importa más que la mía.
Tal ha sido mi regreso
a través del arisco Tennessee.

No hizo falta una mujer
hasta que pude olerla,
hasta que vi su frágil silueta de ave.
Aun lo que tenía entonces era una vida.
Con el oído tan cerca de la sangre,
con cada desnudo nervio a mi servicio

Pero la olí,
y me volví el espejo roto que soy ahora.
No me basta mi cuerpo para contenerla,
aunque está en mis manos,
en el marchito hueso de mi frente,
en esas ramas líquidas que conocieron el deleite
y ahora sufren en mis dedos,
río todo de huesos
sueño que quiere viajar y lo hace en otro sueño,
cada parte de mí no se basta,
y así es sospecha, pensamiento y culpa,
no importa que yo sea yo,
un escombro.

Que esto sea el yermo país de Tennessee,
paso obligado al purgatorio,
mi carne ha vuelto al minucioso temor:
sí, estoy vivo,
quiero salir de este país de sucio hielo,
y sé que marcho hacia mi muerte,
y voy como no debo,
con el cuerpo hecho pedazos,
reflejándola a ella, a la que no he tenido,
a la que ya no tuve,
y soñando con un sol imposible,
el sol de mi lejano país.


Las hojas caen

Las hojas caen,
son la capa de octubre
y el otoño, con ellas,
y los árboles,
me acogen.
Sigo aquí,
te veo sacar,
de entre el follaje,
con tus propias manos,
el fruto dorado y palpitante.


Su perfume era inagotable

Su perfume era inagotable
como una selva flotante y nómada
que se renovara a voluntad,
con ríos insólitos.
No era un cuerpo,
era muchos cuerpos demorándose
en guiños, en reflejos, en caricias
que parecían la promesa del huerto,
el disparate de un mago,
la finta de la dansèuse,
y amarla,
era aproximarse
a la saturación de los sentidos,
para alcanzar
una epicúrea santidad por exceso.


Casi te siento sol

Casi te siento sol,
casi me quemas,
de viva luz,
casi me sabes pura,
y así paso de largo,
sin que sepas
más de mí o de tus huesos,
cosas que son o han sido
o en la cordura donde duerme
una canción que miente,
el rodeo que propongo a
tu sol, a tu semilla.


Memoria de sueños felices

Amable como una mujer,
como las estrellas de un campo,
indecisa y promisoria,
la memoria de los sueños nos alcanza.


No son grullas

No son grullas, las aves que cantan por mi país.
No migran hacia el calor del trópico,
deteniéndose en las aguas del Valle del Hula,
o bajo la llovizna mineral que llena las marismas,
o en algún otro rincón del Mar de los Sargazos.
Son colibríes, gallitos de roca que encienden,
con su algarabía, los bosques de higueras,
álamos, aves del paraíso, casuarinas y yarumos.
No cantan las hazañas de los héroes,
en cambio, sin sospecha de nostalgia,
beben el amor instantáneo.
No llevan otro mensaje que su entrega inmediata.
Son colibríes.


Juan Guillermo Álvarez [Pereira, 1967], médico cirujano, especialista en Medicina Interna y poeta, hizo estudios de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Caldas. Ha publicado Las Espirales de Septiembre (1992), y Todos los días tu piel (2011). Los textos que publicamos fueron cedidos por su autor.