Louis Macneise

El sol de la mañana

Lanzaderas de trenes que van al norte,
que van al sur, diseñando secuencias de azul,
el brillo como centellas de las líneas del tranvía,
miles de carteles legitimando el fuero de lo bueno,
lo bello, lo verdadero, multitudes de gentes
todas en vocativo, tú y tú, la bruma
de la mañana disparada con palabras.

El sol amarillo despunta blanco
en las húmedas y radiantes calles.
La estampa palidece a la luz del sol,
un sol damasquinado que raya la niebla púrpura,
todo reticulado y mimado con un sol solitario
ahuecado en los portones de las tiendas
rebotando en el tráfico que nunca se detiene.

Y una fuente en la calle bufa a través de la plaza,
el arco iris desgarra el aire y la luz solar relumbra
Una roja carnecería y trozos de pez sobre el mármol,
el pentagrama silva una música que cruza vapores de plata
y las bocinas de los coches gritan y golpean,
réplicas de estoques, jaulas en movimiento,
del brillo al sonido, laberinto de los días.

Cuando el sol se apaga, las calles se enfrían,
la carne colgada y pescado en los mármoles
están sin color y apenas muertos,
las voces de los coches se repiten neuróticas
y los pies de las mujeres que aprietan el paso
tienen muertos los rostros.

Veo el aire sin involucrarme,
el polvo gris que exhala como ceniza la fuente
va creando un humo de cigarro que tapa la púrpura.


Casa sobre un acantilado

Dentro el olor de la lámpara de aceite.
Fuera la ola sobre los restos del mar.
Adentro el eco del céfiro.
Afuera el viento.
Dentro el corazón contenido y la llave perdida.
Fuera el frío, el vacío, el silbido.
Adentro el hombre que descubre
que su sangre se enfría
mientras el reloj va más rápido.
Afuera la luna en silencio.
Dentro la maldición vuelta bendición.
Fuera el tazón del cielo, la vacía hondura.
Adentro un hombre que habla consigo,
de ambiguas decisiones, en un sueño roto.


A un comunista

Tus pensamientos se parecen a la nieve;
en una noche le crecen los pechos,
su armonía absorbe mezquindades,
partículas de piedra y hierbas.

Pero antes de cantar victoria,
querida, consulta el barómetro:
esta prudencia es perfecta,
pero se mantiene
sólo por un día.
 

Lobos

Ya no quiero ser meditabundo
Envidiar y despreciar a los entes instintivos
Hallar emoción en los perros
y en la letra muerta
y en las jovencitas que se peinan
y en todos los castillos de arena
lavados a la hora de dormir de los niños,
al nivel de la orilla.

La marea sube y vuelve a bajar,
no quiero estar resaltando su flujo
o su permanencia,
no quiero ser un coro
trágico o filosófico
sino mantener mi mirada
sólo en el futuro más cercano
y después de eso dejar que el mar
fluya sobre nosotros.

Venid entonces todos, acercaos,
formad un círculo, unid las manos
y creed que unidas mantendrán
alejados a los lobos de agua
que aúllan a lo largo de nuestra costa.

Y que se asuma
Que nadie los oye
entre charla y risa.
 

Conversación

La gente común y corriente es original:
mira los ojos del vago que huyen
mientras habla contigo a alguna negra parte
del bosque de su cerebro persiguiendo realidades
o pescando entre las sombras de un reservorio.

Otras veces viene por otros caminos
fuera de sus ojos y adentro de los tuyos
barajando el ayer o la noche
del mañana un bosque donde atesorar
el monedero perdido, el hilo que se ha roto.

La ociosidad, ya se sabe, está condenada:
el hombre normal regresa a la costumbre
te mira de frente como si dijera
no volverá a pasar, creando un parapeto
de sentido común que rechaza intimidades
pero que por error deja caer en sus chácharas
enormes tacos como si fueran rosas.

[Versiones de Harold Alvarado Tenorio]


Louis MacNeice [Belfast1907-1963], después de estudiar en Oxford se convirtió en profesor de estudios clásicos en la Universidad de Birmingham y más tarde de griego en el Bedford College for Women de Londres. En 1941 comenzó a escribir y producir obras radiofónicas para la British Broadcasting Corporation. Un pudor intelectual y un humor sardónico caracterizan su poesía, que combina un seductor lirismo con el habla coloquial.