Zbigniew Herbert

A Marco Aurelio

Buenas noches, Marco Aurelio,
apaga la luz y cierra el libro.
Encima de tu cabeza
se levanta una alarma de estrellas,
el cielo habla una lengua extranjera,
es el bárbaro grito de miedo
que tu latín no puede entender,
un terror continuo, un negro terror,
contra la frágil tierra humana.

Empieza a golpear y triunfa.
Escucha su rugido.
El flujo incesante
de los elementos ahogará tu prosa
hasta que se derrumben
los cuatro muros del mundo.

¿Y para nosotros? -temblar en el aire
soplar las cenizas agitar el éter
roernos los dedos
buscar vanas palabras
arrastrar las sombras caídas
a nuestras espaldas

Bueno Marco Aurelio mejor cuelga tu paz,
a través de las tinieblas dame la mano.
Déjala temblar cuando el ciego mundo golpea
en nuestros cinco sentidos como lira caída.

Traidores el universo y de la astronomía
cálculo de las estrellas y sabiduría de la hierba
enorme tu grandeza y mis lágrimas.

[José Emilio Pacheco]
 

Informe desde la ciudad sitiada

Demasiado viejo para llevar las armas
y luchar como los otros
fui designado para el
mediocre papel de cronista

Registro -sin saber para quién-
los sucesos del asedio,
debo ser exacto mas no sé
cuándo comenzó la invasión,
hace doscientos años en diciembre
o septiembre quizá ayer, al amanecer

Todos padecen aquí la ruina del tiempo
nos quedó sólo el apego al lugar
aún poseemos las ruinas de los templos
los espectros de jardines y casas,
si perdemos nuestras ruinas nada nos quedará

Escribo con el ritmo de truncadas semanas.
Lunes: almacenes vacíos,
la rata ha devenido moneda corriente
Martes: alcalde asesinado por agentes desconocidos
Miércoles: conversaciones sobre el armisticio
el enemigo confinó a los emisarios
ignoramos dónde se encuentran
esto es el lugar de su suplicio
Jueves: tras una turbulenta asamblea
se rechaza por mayoría
la propuesta de los comerciantes
de rendición incondicional
Viernes: comienza la peste
Sábado: se ha suicidado un desconocido
Domingo: no hay agua
Rechazamos un ataque en la puerta
llamada Puerta de la Alianza

Todo esto es monótono
a nadie puede conmover
las emociones mantengo a raya
Escribo sobre hechos
valorados en los mercados foráneos
pero con cierto orgullo
deseo informar al mundo
que gracias a la guerra
hemos criado una nueva
variedad de niños desprecian los cuentos
juegan a matar despiertos
y dormidos sueñan con la sopa,
el pan los huesos, exactamente,
como los perros y gatos

Al atardecer me gusta deambular
por los confines de las fronteras
de nuestra libertad incierta
Miro desde lo alto
el hormigueo de los ejércitos
sus luces escucho
el tronar de los tambores
los alaridos bárbaros
en verdad es inconcebible
que la ciudad todavía se defienda

El asedio continúa
los enemigos deben ser reemplazados
nada les une excepto el anhelo de nuestra destrucción
godos tártaros suecos huestes del César
regimientos de la Transfiguración del Señor
quién los enumerará
los colores de los estandartes cambian
como el bosque en el horizonte
desde el delicado amarillo de las aves en primavera
a través del verde del rojo hasta el negro invernal

Así, al atardecer,
liberado de los hechos,
puedo pensar en asuntos antiguos
lejanos, por ejemplo,
en nuestros aliados de ultramar,
su compasión es sincera
envían harinas, sacos de ánimo,
grasa y buenos consejos,
ignoran incluso que nos traicionaron sus padres
nuestros exaliados desde los tiempos
de la segunda Apocalipsis

Sus hijos no tienen culpa
merecen gratitud
no sufrieron un asedio
largo como una eternidad
de quienes alcanzó la desdicha
están siempre solos
defensores del Dalai-Lama
kurdos montañeses afganos

Ahora cuando escribo estas palabras
los partidarios del pacto conquistaron
cierta ventaja sobre la fracción de
los intransigentes habituales
las oscilaciones de ánimo
los destinos aún se sopesan
los cementerios crecen
disminuye el número de los defensores
pero la defensa perdura y perdurará hasta el final
y si cae la Ciudad y uno solo sobrevive
él portará consigo la Ciudad
por los caminos del exilio
él será la Ciudad

Miramos en el rostro del hambre
el rostro del fuego
el rostro de la muerte y el peor de todos
-el rostro de la traición
y sólo nuestro sueños
no fueron humillados.

(1984)
[Xaverio Ballester]
 

Parábola de los emigrantes rusos

Sucedió el año veinte
o quizás el veintiuno
A nosotros vinieron
emigrantes rusos
muy altos y rubios
de ojos soñadores
con mujeres de ensueño
Cuando iban al mercado
a bailes de terratenientes
decíamos que eran
aves de paso
enjoyadas,
pero, cuando las luces,
de la fiesta apagaban
quedaban desvalidos,
la prensa se callaba
y solo el solitario
apiadaba de ellos.
Detrás de las ventanas callaban
las guitarras y los negros ojos
empalidecían.
Un samovarcon silbato
los llevaba a sus casas.
Años más tarde dijeron
que uno enloqueció,
que otro se colgó,
y que la que atendía
a los hombres
se había hecho cenizas.
Eso decía Mikolaj
que para persuadirme
contaba esta historia.

1957
[HAT]