Ignacio Escobar
Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard en Paris

Cuaderno de hacer cuentas

I
Las cosas son iguales a las cosas
Aquello que no puede ser dicho, hay que callarlo.
El ojo ve, y olvida.
Pero la voz lo grita:
las cosas son iguales a las cosas.
El ojo las ha visto.
A voz en cuello
la voz las ha callado.
(¿Y me volveré a ver y me diré: quién soy?)
Lo que el ojo conoce de las cosas
es por haberlas visto
iguales a ellas mismas.
(¿Y me diré otra vez: quién soy, que ya me he visto
y sigo siendo yo?)
El ojo ve, y olvida.
El ojo no es conciencia de las cosas,
ni es voz:
es ojo apenas.
Mudo, sordo,
ojo inmóvil delante de las cosas.
No sabe su sabor ni su sonido
ni conoce su peso ni su fuerza
ni juzga su deseo
ni su sentido.
El ojo ignora
todo lo que es posible ignorar de las cosas.
No ve lo que hay en ellas
sino lo que ya sabe:
y lo que sabe lo ha olvidado.
Es ojo sin memoria
ojo inmóvil
ojo
delante de las cosas.

El ojo es ciego
en la noche del párpado.
El ojo que quisiera ver las cosas,
saber que las ha visto,
creer que son iguales a las cosas ya vistas,
no las ha visto nunca.
Sólo conoce
sombras
en el párpado
huellas
en el párpado
cauces
en el párpado.
Y así imagina el ojo mudo y sordo,
el ojo quieto y ciego
y que todo lo ignora,
tiempos, vientos, olores, voces, fugas, silencios.
(¿Quién soy, que no me veo y no me he visto?)

 II
Ahora, ahora, afuera:
luz de ciegos.
Ojo a cántaros, ojo
voraz y numeroso de los muertos.
(En la memoria el golpe seco, hueco,
de la luna en la piedra.
En la memoria, lejos,
un embudo de estruendo.
Racimo, granizada,
enjambre de ojos quietos.
En la memoria el túnel
repetido en el eco:
atrás, ayer, adentro.
Rastro de pasos, ecos).
Ahora, ahora. Afuera:
voz crecida en la voz
voz igual a otras voces
círculos en el círculo
luz en la luz, memoria en la memoria.
El alto cielo, embudo inescalable
(Y el gemido
de las tablas al sol, en el recuerdo).
En torno, el ojo
múltiple, pupulante:
extático
en la contemplación del arte por el arte.
(Las figuras, de golpe,
se desprenden del hueco de la curva,
se deslizan siguiendo el arco de los pétalos
cerrados como párpados.
Esperan
el rápido crujido de la tierra
el silbido del aire en los oídos, como seda rasgada,
el agrio olor del miedo
metálico y espeso como el cuero.
En la pupila pródiga
paisaje con figuras:
rígidas, fragmentadas
figuras de silencio
arrojadas de golpe y ahora rotas,
volteadas como guantes,
ingrávidas de pronto y ahora densas,
inertes,
rasguñadas sin fuerza
por los dedos del viento).
Un ojo cruel te mira
(alanceado de lenguas
engañado de sombras):
un ojo extático
en la contemplación del arte por el arte.

 III
Todo cuerpo
dejado en movimiento, seguirá en movimiento.
El movimiento es gobierno de sí mismo:
carece
del más rudimentario sentido de autocrítica.
El movimiento
es puro amor del movimiento
ensordecido, ebrio.
El movimiento
baila consigo mismo, ante el espejo,
(parodia del amor)
la burla de la burla.
El movimiento
tiende a reproducirse.
(Subir, subir, surcar el alto viento
como si fuera necesario hundirse
en la profunda cavidad del cielo.
Subir sin Juicio
hasta el más alto cuenco de la altura,
subir con el impulso del abismo, acariciando
la lisa piel del cielo,
la ausente cicatriz donde se cierra el círculo
y subir ya es caer:
el hoyo en el espacio donde la ida se convierte en vuelta
y el viaje es ya regreso.
¿Para qué el movimiento
si el punto de ll  El movimiento
no se suele plantear problemas metafísicos:
todo cuerpo
dejado en movimiento, seguirá en movimiento
seguirá en movimiento
aspirado hacia arriba por la altura,
arrastrado
por la atracción del vértigo,
absorto, ensimismado
en el delirio de los altos fondos:
abrirse paso en la quietud del viento
forzar
los pliegues asimétricos del viento
los chorros
de metal en fusión, viento en el viento,
rompiendo el viento, hurgando, hiriendo,
penetrando la dura flor del viento
hasta encontrar la sangre).
Dura ley de materia
que desgaja la nuez de la materia,
espada
que abre los labios dulces de la materia,
espada
tierna de luz
tensa de viento.
Todo cuerpo
sumergido en un líquido
seguirá en movimiento.

IV
- Mira, mira: ¿qué ves?
- Todo es lo mismo.
- Todo es lo mismo siempre: las cosas son las cosas
¿Qué ves?
- Carroñas,
cadáveres, torrentes
de tripas y cabezas trituradas,
remolinos de cuerpos
y cuerpos destruidos,
destrozos, sangres, muertes,
caminos de la muerte.
Y tú ¿quién eres tú?
- Soy el espíritu
que siempre engaña.
Esto es aquí
esto es aquí
esto es aquí
y ahora.
Es mía
la ceguera del sordo.

V
No se conoce sino la propia voluntad. Y no es mucho:
un ojo de agua
latiendo gota a gota en un pozo de sombra.
Un anillo de agua
nacido de la noche, dibujando
el perfil de la tierra, socavando
la raíz de la roca,
creciendo en espirales de silencio.
Agua dormida, espejo de agua oscura,
apenas reluciente,
rezumando
su claridad callada, respirando
un encerrado olor en lentos círculos.
Apenas martillada
de heridas, florecida
su pura piel por un jaspear de huida,
conmovida
por corrientes profundas.
No se conoce sino
la propia voluntad:
una boca de agua,
una creciente de muchas aguas juntas.
Apenas se conoce la propia voluntad. Y no es nada:
un río de agua,
roto de luz, llagado de tiniebla.
Un ojo abierto de agua.

VI
Los deseos vienen de afuera: chocan
en el plano del agua
convulso, removido
por turbios borbollones,
estallado en rompientes.
Los deseos, las ideas,
caen vibrantes de arriba, se clavan:
Jabalinas,
flechas de plata en sombra ya revuelta.

El alma cree que brotan:
que prolongan
los dedos de la mano como nervios de luz.
Vasta armazón de fuerzas disparada hacia el cielo
(red atrapando el cielo
que se escapa, aleteante, por entre las junturas),
oscilante estructura de cañas y de cuerdas
anclada en el espacio, columpiándose
con su carga de pájaros feroces
- torbellino
de gritos y de plumas, entrechocar de picos y de garras:
Peso sonoro
que ensombrece la realidad del mundo.
Colgado de lo alto
(temblorosa la mano en el haz de tensiones contrapuestas
en el caos
de cables y estampidos y látigos y riendas divergentes.
templadas, paralelas, cimbreantes, zigzagueantes),
colgado ahora, joya
chispeante en el vacío, alfiletero
erizado de puntas y de lanzas,
sin peso, bamboleante,
como si alguien, abajo,
dejara de repente de oponer resistencia,
se dejara llevar al grado de los vientos,
zarandear por su empuje, suspendido
del inmenso armatoste (no muy claro en su rumbo
y muy difícilmente maniobrable),
arrastrado
por un pie o una mano mordidos hasta el hueso,
ahorcado como un perro.

VII
Toda pregunta es un malentendido
venido desde afuera.
Así la red de errores
se afloja de repente y se deshincha
y el artilugio entero se viene cielo abajo con un solo crujido
(engañoso entramado
de palabras, de voces
oídas mal: incomprensibles)
como el sol en el mar, de un solo golpe,
dejando un gran silencio.
No la respuesta, sino el olvido.
(Entonces la fatiga
de desenmarañar. Es increíble
cómo se enreda todo.
Es increíble que aunque nunca dejemos que la tensión cayera un solo instante
y aprovechamos siempre sabiamente
-o eso siempre creímos-
el poderío del viento abierto,
encontremos ahora inexplicables
nudos de tres lazadas, nudos ciegos,
nudos de tejedor y marinero,
nudos de ahorcado y nudos corredizos).

VIII
Nada queda:
sólo un campo de sangre
encharcado de huellas.
Encrucijada de pistas ilegibles
que ha pisoteado todo el mundo.
Silencio, roto apenas
por el propio cansancio - por el sordo
dolor que ya palpita en las heridas.
Nada queda:
la verdad, dicha, no ha dejado nada.
(Evaporada al viento como un olor de sangre,
fugitiva en el agua).
Sólo se conoce la propia voluntad. Y no es nada.
Es todo lo que hay.

IX
El mal es sin remedio: toparnos cara a cara
con la muerte.

(No es fácil: muchas cosas:
ojos y sombras, cuerpos, la vanidad del arte,
aire y agua en las manos).
El mal es sin remedio.
Se nace para eso:
toparnos cara a cara con la muerte.
Tarea de soledad - ya no rutina
ni confusión, ni distracción, ni ruido.
Ahora empieza la noche, dibujando
con precisión las formas.
Tarea de soledad, inevitable.

X
La ética
no es tema de palabras.
Comienza en el momento en que concluye
una vida de hombre, en que recibe
punto final el caos:
el sitio en donde al fin se juntan todos
los hilos de la vida en un manojo
(incluidos aquellos que alguna vez fueron tajados).
La ética, como la metafísica,
no es juego ni materia de palabras.
Lo que ahora llega (y al llegar se agota)
es otra cosa:
el paso en donde ya no puede
andar dispersa el alma.
(Una vida de hombre
remata en este campo ya vivido, regado de otras muertes.
Aquí termina el mundo.
Mala muerte, tal vez.
Toda muerte es la muerte.
Inútil, vana muerte:
no servirá de nada,
ni convencerá a nadie.
Vistosa, o cruel, o igual a muchas muertes
de todos los domingos.
Cada muerte es la muerte).
Las cosas, que antes fueron iguales a las cosas -luz en la luz, memoria en la memoria-
ya no lo son: aquí no habrá más luz,
aquí se acaba la memoria.

XI
Porque se pierde siempre
(porque siempre
vendrá la muerte, iremos a la muerte)
es necesario haber jugado.
Sin esperanza.
Sin cautela.
Con el ojo y la mano.
No se escoge la muerte: a ella se llega
acorralado por la propia vida.
Hay que haber escogido
esa vida que empuja hacia la muerte.

XII
Pero el fin es palabra todavía
que sólo muere en el silencio.
Y el hierro, todavía,
sacará borbotones de rosas de la herida.
(Más allá
en el vapor caliente del descuartizamiento
en el rumor goteante de vísceras azules
y rosadas y verdes y amarillas
huele a flores cortadas en el desolladero)
(1974)

Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard