Isabella Saturno
Cuando enterramos a Domingo
Cuando
enterramos a Domingo, nos insolamos.
Nos dio fiebre de sol.
Llegamos al día siguiente al trabajo como si
hubiésemos ido a un viaje a la playa
a la piscina.
Como si hubiésemos pasado la tarde
sentados en un patio sin sombra.
Cuando
enterramos a Domingo, enterraban también a otros.
Creo que se llamaba Yorber.
Yorber, chofer de camionetica.
Lo sabíamos porque los afligidos
se habían hecho franelas con su foto y nombre
y un corazón
NUNCA TE OLVIDAREMOS YORBER.
Algunos dolientes de Yorber también enterraron a Domingo
con sus franelas de Yorber.
Cuando
enterramos a Domingo, se me desprendió un riñón
o los dos.
Algo se me desprendió porque sentí cómo me escurría
por la pierna.
Seguro era culpa de Domingo, que me chupaba
con sus brazos largos
con sus piernas largas
de personaje de El Greco
desde su tumba, desde la tierra me chupaba
con su cara de zombie.
Cuando
enterramos a Domingo le echamos encima una Polar Ice
por eso se enfurece por las noches
y me jala las piernas
y me maldice con su cara larga
con sus dientes incisivos de distintos tamaños
me maldice
me maldice y me grita bañado en Polar Ice
luego se ríe y yo
lo seco con una toalla
como si fuera Jesucristo.
Es Jesucristo.
Cuando
enterramos a Domingo, me dio por morirme yo también
y empecé a idear mi suicidio
a planificarlo, pero por miedo, terminaba haciendo bosquejos de
una muerte accidental
donde un zamuro me caía a picotazos
o una ardilla radioactiva
me atacaba
bañada en salsa de maíz.
Cuando
enterramos a Domingo, quise que me abriera espacio en su ataúd
quise ofrecerme para acompañarlo
no porque no pudiera irse solo
a su manera
no
no por eso
quise acompañarlo para no quedarme yo
sola
tan fuera de él
tan ajena a él
tan antónima
tan del otro lado
tan opuesta a él
tan viva.
Caracas
No te conozco
apenas te he visto algunas horas
de preferencia diurnas.
No te conozco
jamás te he visto las entrañas
te padezco, claro
eso sí:
te padezco.
No te conozco
nada.
He visto otras ciudades más de cerca
son más abiertas las otras ciudades
más simpáticas
se ofrecen como amigas despechadas.
A veces me ilusiono
y creo que te conozco
y pasamos un buen rato
sentadas en un parque
hablando de cualquier cosa.
Pero si me atrevo
si me dan ganas de besarte
si se me ocurre subir la mano por tu muslo
llegas siempre
objeto de metal en la boca
estaca en la costilla
ronquido de tarántulas
movimientos de hip hop.
Como no te conozco
y me duele no conocerte
me obsesionas.
Y como solo me permites observarte
como a un cuadro
como a una obra de teatro
[una tragedia, mejor]
me has hecho un personaje
cuyo único destino es
un charco
de sangre.
La eternidad
Soy la fresa
mutante del carrito de raspados
y estoy aquí para disipar tus dudas sobre la eternidad
me pintaron hace años en el latón de este vehículo
y he soportado un millón de veces las voces de los niños
he mantenido la sonrisa permanente
y nunca me he quejado de los pies que me arrastran
todo el día por las aceras, todo el día por las aceras
Soy la fresa mutante del carrito de raspados
y puedo decirte que la eternidad es haber visto
el semblante de la señora después de haber comprado una lavadora
soy la fresa mutante más feminista de la historia
soy lesbiana que no ejerce
por eso me gano la eternidad de Jesucristo
sé que cuando llegue el momento gozaré del cielo de las fresas
Yo te conozco de una vez que fuiste a abrirle la puerta a Fernando
y me viste de lejos los ojos abiertos y mi posición de excelso baile
me renegaste: yo no como raspaos', dijiste
yo no como agua sucia
y así fue como pecaste
pecadora, no eres ni serás nunca una fresa mutante del carrito de
raspados
te falta sacrificio
a ti nunca te han abollado
maldita
escúchame, nunca serás esta fresa del carrito de raspados
la eternidad del latón no es para ti.
Historia de la fotografía
De estar
frente a ti
a estar en tu pecho
pasaron solo unos días
y bajo la excusa
de que el tiempo es relativo
esa frase que todos dicen
y que nadie entiende
aceleramos las vueltas de la tierra
y allí estábamos
yo en tu pecho
un mamífero
cualquiera
vertebrado
y tú debajo
un mamífero
cualquiera
vertebrado
sosteniéndome
después de un viaje
que no compartimos
que yo hice por mi cuenta
y que tú hiciste por tu cuenta
cuyo destino sin saberlo
fue la costa
de un sofá
que da al balcón
que da al cielo
que da a un centro comercial
y hay algo que ostentas
con tu mano
controla el tiempo
durante el que llega
la luz que entra
y nos haces de repente
fotosensibles
fotosensible tu boca
fotosensible mi oreja
fotosensible el amor
fotosensiblemente dulces:
es la historia de la fotografía.
La Yokho
Del otro
lado
del bar
me miraba
una mujer
particularmente exaltante
particularmente extraña
particularmente fea
pero aún así
no sé qué era
pero
aún así
producía unas cosquillas
en el centro
en el origen
y a pesar de que yo iba
y venía
rechazando su mirada
ella me la devolvía
Como no pierdo ninguna
batalla
o eso quiero
no quiero perderla
me acerco y le sobo la pierna
me dice soy la yokho
y me llaman mona
y me aprientan las licras
te huele raro la boca
respondo
la he tenido cerrada mucho tiempo
y me agarra la mandíbula
con unas uñas aterradoras
pintadas con las banderas del Mundial
Le voy a Argentina
sonríe
Hablamos sobre el comienzo
sobre el pantano de donde viene
me dice que sube
200 escaleras diarias
con dos tobos de agua
y me hace apretarle el muslo
qué duro lo tiene
qué bien que hace ejercicio
La yokho
le digo
quiero discernir tu naturaleza
y ella
me abre las piernas
y yo
le meto la mano
Qué corrientazo
el pene
enorme
erecto
apretado en las licras
estampadas de espacio sideral
un espacio donde sucedió
el big bang
la gran explosión
a punto de repetirse
Soy Leonardo
soy Leonardo
me confiesa al oído
Qué Leonardo, mi amor
cuál Leonardo
La yokho
la mona
se deshace
se hace
en sus dos grandes piezas
se configura
se materializa
y es la Mujer
de la que hablan todos
la que buscan todos
Y es mía.
Isabella Saturno (Barquisimeto, 1987), Licenciada en Letras de la Universidad Católica Andrés Bello. Es miembro del consejo editorial de la revista Arepa, y editora de Barco de Piedra.
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